viernes, 20 de agosto de 2010

Monedas

...

Todo el suplicio en sus ojos. Los colectivos no tienen frenos ni tiempo ni amor. En la vereda, la mano en alto, los pies inquietos. La figura desgarbada retorcida sobre sí es una oscura mancha en una ciudad distraída.

Los colectivos pasan con desaire. Un ruego le entreabre la boca. Los labios secos. Su piel manchada como el alma inútil. La fría mañana resguardando rencores con bufandas. La mentira de todos a flor de piel. Vistazos esquivos entre los nosotros, que vamos apurados o ausentes o inconscientes de su necesidad.

“Me está esperando en Pacífico”, suplica murmurando para sí entre dientes rotos. La voz tiembla desde el fondo de una garganta cerrada. Las lágrimas contenidas, la miseria en una manga. Nadie nunca nada. Como cada día. Como cada día.