jueves, 24 de diciembre de 2009

Devoluciones (septiembre de 2001)

—Buenas, señor... Vengo a devolver los recuerdos que me llevé de acá. No me gustan. Es decir... son increíbles pero me parece que los pagué demasiado caro. Quiero recuperar cada centavo de felicidad que di por ellos.
—Pero, señorita, ¡eso no se puede! ¿Acaso usted no sabía qué mercadería estaba comprando? ¿No vio la etiqueta que dice No retornable?
—Sí, pero pensé que eso tenía que ver con el envase...
—No, señorita. Me va a tener que disssculpar pero no puedo hacer nada al respecto. Además, yo mismo la vi encantada disfrutando de sus nuevas adquisiciones hasta que se marchitaron...
—¡Exacto! Hasta ese momento. Ahora lo único que me quedan son flores secas y no logro desprenderme de ese perfume cada vez más intenso... se me quedó como pegado a la nariz.
—Lo siento. No se puede.
—Entonces, ¿qué hago?
....Tras pensar unos segundos... —Bueno, tengo la repisa llena de recuerdos recién salidos de fábrica... gustoso se los vendería—. Y la miró circunspecto encubriendo una sonrisa maliciosa.
—¿Y éstos también se marchitan?
—Depende de cómo los cuide, señorita. Tiene que regarlos a diario, sacarlos un rato cada día para que reciban luz y calor pero no demasiado porque sino se queman. Son como los demás, bah.
—¿Y no tiene recuerdos eternos, inalterables, de por vida?
—A ver... Sí, acá me quedan un par pero, repito, el secreto está en cómo usted los trata. Y tampoco tienen devolución, eso sí.
....El señor le envolvió los recuerdos en un papel verde grisáceo y los entregó a la señorita, que dejó sobre el mostrador su último capital: dos nuevísimos billetes de felicidad.