lunes, 26 de octubre de 2009

Chico material

.....Recuerdo que compartimos una época feliz, mojada. Teníamos un vaso hermoso donde cabía toda el agua del mundo. Amabas mi lluvia, mi saliva, mi sangre y todos mis líquidos vitales.
.....
.....“No tengo más sed”, me dijiste un día. No sólo eso: nunca te había gustado en realidad el agua, necesitabas hundirte en tu desierto personal y no entendías el propósito de ese vaso estúpido. Sin más, lo estrellaste contra el piso sin querer –o con toda tu fuerza, es lo mismo– y no quedaron más que astillas.
.....Te fuiste. Quise seguirte pero el camino estaba lleno de clavos de vidrio que los imanes de mis pies atraían. Te seguí igual: me dolió. “Pero el vaso…”, repetía para mí. “Vos me dijiste que necesitábamos el vaso”, decía. Continuaste tu camino.
.....Me costó un tiempo entender que de seguir por ahí me pincharía y que había otros rumbos en los que probablemente hubiera menos vidrios. Así que volví al lugar del principio y decidí reconstruir el vaso, que era en definitiva lo que necesitaba; no a vos. Eran miles de pedacitos, algunos ya ni los reconocía. Tomé uno y otro pero no encajaban. Me senté. Lloré un rato. Volví a empezar. Si tuviera a alguien para ayudarme sería más fácil, pensé. Y empecé a abrirme a los que se acercaban.
.....Un día vino uno con una escoba. Barrió prolijamente las partes, hizo una pila al costado. Por lo menos ahora podía caminar sin pincharme, pensé al principio. Pero yo no quería alguien que me barriera los pedazos. “Hagamos otro vaso”, me decía. Yo quería armarlo con los vidrios originales, quería ese vaso.
.....Otro día vino uno con un balde enorme de pegamento. Ahora sí, pensé. Llegó el momento. Mirándonos a los ojos empezamos a unir las partes. Nos costó, pero al poco tiempo lo terminamos: era una hermosa y delicada taza de vidrio. No era un vaso. Probé llenándolo con mi agua pero desbordaba por todos lados. Advertiste mi decepción y sugeriste comprar una taza más grande, quizás dos tacitas, pero fui yo la que te dije que no. Ya no tenía sed. No así.
.....Sola, sentada nuevamente al lado de mi montoncito, lloré una vez más. Me resigné a la idea del vaso, de nuestro vaso. Renuncié a todos los vasos del mundo, las tazas, tacitas, tazones, cuencos y hasta esos recipientes que te dan en los restaurantes orientales para tomar el té. Estaba dispuesta a morir de sed o a sobrevivir alimentada por la sal de las lágrimas que seguirían corriendo por lo menos por un tiempo.
.....
.....“Qué haces”, te escuché decir un día cuando mi cabeza todavía estaba hundida entre mis piernas. La levanté para ignorarte con orgullo y lo vi. En tus manos, tan seguro como natural, un vaso de plástico. Blanco. Con pajita.
.....“¿Y eso?”, te pregunté con la mirada. Te encogiste de hombros, esquivaste mis ojos y con una semisonrisa seguiste tu camino, bien calzado y sin añoranzas.

viernes, 23 de octubre de 2009

2. Alfonso conoce a Osvaldo

.....Al verlo sentado solo en el restaurante pensó: éste está forrado. Se acercó a la mesa y, balbuceando, se tocó la muñeca como quien pregunta la hora en su personaje del sordito. Pero no conocía a Osvaldo. Sin soltar su whisky con hielo, el comensal lo miró y le dijo:
.....—Vení, viejo, sentate, charlamos un rato —y palmeó el individual situado frente a él. Alfonso dudó. Por un momento pensó en rechazar la invitación, pero no comía desde el día anterior. No debía perder esta oportunidad.
.....—¿Qué vas a comer, pibe? —le preguntó el dandy sin prestar demasiada atención a la mirada desconfiada de Alfonso.
.....—Una milanesa. Napolitana.
.....—¿Con papas? —completó Osvaldo con una amplia sonrisa. Alfonso hizo un gesto tímido y se sentó cabizbajo. Entonces Osvaldo continuó:
.....—¿Y qué andás haciendo por acá, viejo?
.....El chico estaba dispuesto a retomar su actuación y ensayar alguna historia que pudiera adaptar al momento pero enseguida el otro se adelantó: —Esta zona es una de las más lindas de Buenos Aires. Se parece al cartier latin de París. Es súper pintoresco: lleno de librerías, de estudiantes, barcitos, restaurantes étnicos…
.....Todo el tiempo Alfonso asentía sin siquiera intentar hacer una intervención. El aceite de la milanesa le chorreaba por la barbilla. Se apuraba por pinchar una papa frita tras otra y llevárselas a la boca para volver a pinchar. Perdido en el arte de llenarse el buche no se dio cuenta de en qué momento Osvaldo empezó a hablar de otro viaje.
.....—Lo que tiene Egipto es la historia, la arquitectura. Vos dirás: Grecia, Roma… Sí, ya sé, pero ver las pirámides, la obra de esa civilización antiquísima. Miles de años antes de Cristo, ¿entendés, pibe? Si podés, no dejés de ir. A esos lugares hay que ir.
.....—¿Puedo pedir postre? —interrumpió bruscamente Alfonso. El viajero pareció alegrarse.
.....—Claro, pibe. ¿Flan con crema?
.....—Con dulce —retrucó Alfonso entusiasmado. Osvaldo llamó al mozo, pidió el postre y preguntó: —¿Vos tenés familia?
.....—No, estoy solo… —empezó a contestar el otro, pero enseguida desistió: Osvaldo había retomado su monólogo: —Ah, la soledad. Es jodido estar solo pero tiene sus cosas. Por ejemplo, si yo no hubiese estado solo en Estambul…
.....La atención de Alfonso volvió al flan con dulce de leche. Se había dado cuenta de que no hacía falta fingir interés. No fue hasta cinco minutos después que lo sorprendió un intervalo de silencio. Alfonso levantó la cabeza.
.....—Se hizo tarde — dijo Osvaldo sin perder la sonrisa.
.....—Claro. No hay que hacer enojar a la señora, ¿no?
.....Casi con los dientes pegados, Osvaldo aclaró: —Es tarde, pibe. Me esperan en el bar.
.....Llamó al mozo, pagó la cuenta y se fue. Alfonso, sin entender demasiado, se paró también, recogió las monedas que había sobre la mesa y dejó el restaurante caminando pesado y pensando: qué injusta que es la vida, hay tipos que tienen suerte, che.
1. Alfonso, el actor

.....Petisito y barrigón, a susveintidós años aparenta por lo menos treinta. En la esquina le dicen Leche Hervida cuando insulta a algún gringo que no le da un peso para tomar. O a los tipos que van de la mano de una mina grandota, de esas que vienen bien de adelante. O cuando le recuerdan la vez que perdió al truco contra el Piojo a un punto de ganar.
.....Lleva un pulóver azul raído, un pantalón gris que le hace bolsa en la parte trasera y el pelo casi al ras, recto adelante. La mirada esquiva, las manos inquietas. Cuando era más chico, iba cambiando las zapatillas según quién decidiera pasar por la plaza esa noche. Arrastra un pie desde la época cuando pedía monedas en los semáforos y un conductor con poco ejercicio de la paciencia decidió arrancar antes de que él pudiera correrse. Así aprendió a no hacerlo más. Ahora actúa.
.....Tiene unos cuantos personajes pero el que mejor resulta es el del sordito. Se acerca a las mesas de un restaurante y, balbuceando, se señala la muñeca como quien pregunta la hora. Eso le da tiempo para relojear a los desprevenidos. Si son de su tamaño y parecen bonachones, se inclina sobre ellos y con un dedo sucio y retorcido toca todo lo que puede. No hay posibilidad de que se vaya con las manos vacías; un poco por lástima, otro poco por asco. Ya lo decía su madre: “Vago me saliste, Alfonso, ¡como tu padre!”. “¿Vago?”, piensa él, “si con esto de la actuación me rebusco unos buenos mangos, vieja.
.....El olor lo acompaña adonde va. Al principio, cuando por primera vez se dio cuenta de que la gente le escapaba, pensó que era porque es bien morocho y anda por la vida siempre enojado. Pero un día el Piojo se le acercó, lo llamó aparte y le dijo que se bañara. Y para que el Piojo te diga que te bañes es que tenés una baranda que no te aguantás ni vos. Alfonso se calentó y le dijo que “los que se bañan son careta, gato”, pero la realidad es que le tiene idea a los albergues de la ciudad o, mejor dicho, a la gente con la que se encuentra ahí: siempre termina a las piñas.
.....“Te sacan la libertad”, se conforma pensando. Tenés que dormir cuando ellos dicen, comer cuando ellos dicen, vivir cuando ellos dicen. Y al final, ¿para qué? ¿Para pasarse un poco de jabón y comer un guiso frío? Andá…

martes, 6 de octubre de 2009

Jaycee Lee

....Apenas entró en la habitación apartó la cabeza con la súbita necesidad de salir. El día húmedo acentuaba los olores. Para dejar circular el aire trató de abrir la ventana, pero estaba trabada. Era lógico. El tiempo desde que la encontraron no había borrado ni una huella de la escena del crimen.
....“Parece mentira que la casa esté ubicada en este barrio”, pensó e imaginó imposible que ninguno de los vecinos hubiera escuchado los gritos ni los llantos. Se sentó sobre la cama con las sábanas revueltas y levantó cuidadosamente el colchón. Habían pasado días pero todavía parecía tibio. No pudo evitar las imágenes de los continuos abusos, las peleas, los quejidos. Visualizó a Jaycee zafándose de las manos callosas del viejo y lanzándose al armario destartalado en busca de alguna protección ilusoria.
....Le llamó la atención el cuadro en la pared. Supuso a la cautiva aterrada al caer la noche por esa cara de payaso triste. Imaginó que en sus sueños el payaso adquiriría los rasgos del viejo y que el clown/anciano la violaría noche tras noche, día tras día, en sus pesadillas y en la realidad.
....Sobre la cómoda distinguió fotos en blanco y negro de una pareja en la playa. Se acercó para verlas en detalle y comprobó con desagrado que el criminal, retratado en su juventud, era quien le sonreía tomado de la mano de una mujer hermosa con rasgos finos, rubia, delgada. Como Jaycee podría haber sido de no haberlo conocido.
....Se tropezó. La alfombra irregular y gastada hablaba de las caminatas de la víctima que serían una de las pocas actividades que le había permitido su cuarto-prisión. Debajo de la cama, restos de comida y algunos insectos explicaban el olor fuerte que amenazaba la habitación. No quiso darle una explicación a las manchas rojas que la salpicaban.
....Aun con la ventana entreabierta el aire faltaba. Costaba respirar recordando la cara ajada de la chica y sus lágrimas, que eran más un lamento por una existencia perdida que por el sufrimiento vivido. Costaba figurar los primeros días en ese cuarto con sus nueve años y un vestido perfumado por el jabón de su madre. Costaba verla arrancada de su niñez por las continuas vejaciones del viejo lascivo que había hecho de ella su mujer, su muñeca y su animal.
....De golpe, la puerta se cerró.
Fabrice en el consultorio

....La puerta se entreabrió y cedió el paso a una nena con la sonrisa cubierta de alambres. Miraba el chupetín que recién había recibido con aire confundido. Su mamá la llevaba de la mano mientras hablaba con el médico como si ella no estuviera presente.
....Fabrice se preguntó si eso era lo que ese doctor hacía, si se especializaba en alambrar personas, para qué necesitaría él un alambrado, por qué en los consultorios uno no puede hablar en voz alta y tampoco el televisor.
....Se levantó y eligió una de las revistas de la mesa ratona. Con un marcador rojo decidió cambiar el color de la bikini de la chica de tapa. La remera del muchacho sería azul y los zapatos… no había un buen color para los zapatos entre los marcadores. Esto lo decepcionó y aburrió, pero en seguida se distrajo con un quejido que venía del otro lado de la puerta.
....Lo perturbó el llorisqueo. ¿Qué era exactamente lo que hacían en ese cuarto? Recordaba haber estado en un lugar similar cuando era chico pero no había visto ninguna persona alambrada ni recordaba ruidos similares. Con paso incierto optó por volver a su lugar y ocuparse de sacar las cascaritas de madera que se formaban en el asiento al lado de su mamá. Levantó la vista y al descubrir el almanaque deseó que esos gatitos fueran reales para poder pasar el rato y presentárselos a Ramón, el suyo, y tener más gatitos.
....
El crujido de la manija en la puerta de madera captó toda su atención. Los ojos se le abrieron y su manito apretó la de su mamá cuando la secretaría dijo: “¿Fabrice...?”.
Rutina

....El aire siempre es denso y sofocante, por más que afuera esté fresco. Ingresar es difícil, pero salir es peor. Y una vez dentro, rodeado de esa masa de cuerpos calientes con ropas pegadas, no queda otra que tolerar el viaje con una punzante sensación de desagrado.
...El sudor se cuela entre la red de miradas que ocupan todo el vagón. Los cuerpos bailan armónicos con el vaivén cuando no rebotan entre codazos y empujones uno contra otro contra otra contra otro. Los pisotones intentan ganar terreno sobre un suelo atigrado, veteado con chicles de hace meses que hoy son montículos negros y sólidos.
...Un olor a chizitos penetrante molesta en el ambiente y se mezcla con el de un intenso perfume y la transpiración que corresponde a un viernes de verano a las seis de la tarde. Es imposible ignorar el ruido a dientes que trituran y mastican y dan vuelta la masa en la boca que no cesa porque atrás viene otro chizito que se tritura y se mastica y se da vuelta y así. La sinfonía se consuma con un ring-tone de David Bisbal que suena una y otra vez y una alarma intermitente, como un tono de teléfono que se repite en cada estación.
...Se palpa el hastío, se transpira el cansancio, se puede tocar el mal humor general y la agresión está lista para estallar en un gesto.