martes, 6 de octubre de 2009

Jaycee Lee

....Apenas entró en la habitación apartó la cabeza con la súbita necesidad de salir. El día húmedo acentuaba los olores. Para dejar circular el aire trató de abrir la ventana, pero estaba trabada. Era lógico. El tiempo desde que la encontraron no había borrado ni una huella de la escena del crimen.
....“Parece mentira que la casa esté ubicada en este barrio”, pensó e imaginó imposible que ninguno de los vecinos hubiera escuchado los gritos ni los llantos. Se sentó sobre la cama con las sábanas revueltas y levantó cuidadosamente el colchón. Habían pasado días pero todavía parecía tibio. No pudo evitar las imágenes de los continuos abusos, las peleas, los quejidos. Visualizó a Jaycee zafándose de las manos callosas del viejo y lanzándose al armario destartalado en busca de alguna protección ilusoria.
....Le llamó la atención el cuadro en la pared. Supuso a la cautiva aterrada al caer la noche por esa cara de payaso triste. Imaginó que en sus sueños el payaso adquiriría los rasgos del viejo y que el clown/anciano la violaría noche tras noche, día tras día, en sus pesadillas y en la realidad.
....Sobre la cómoda distinguió fotos en blanco y negro de una pareja en la playa. Se acercó para verlas en detalle y comprobó con desagrado que el criminal, retratado en su juventud, era quien le sonreía tomado de la mano de una mujer hermosa con rasgos finos, rubia, delgada. Como Jaycee podría haber sido de no haberlo conocido.
....Se tropezó. La alfombra irregular y gastada hablaba de las caminatas de la víctima que serían una de las pocas actividades que le había permitido su cuarto-prisión. Debajo de la cama, restos de comida y algunos insectos explicaban el olor fuerte que amenazaba la habitación. No quiso darle una explicación a las manchas rojas que la salpicaban.
....Aun con la ventana entreabierta el aire faltaba. Costaba respirar recordando la cara ajada de la chica y sus lágrimas, que eran más un lamento por una existencia perdida que por el sufrimiento vivido. Costaba figurar los primeros días en ese cuarto con sus nueve años y un vestido perfumado por el jabón de su madre. Costaba verla arrancada de su niñez por las continuas vejaciones del viejo lascivo que había hecho de ella su mujer, su muñeca y su animal.
....De golpe, la puerta se cerró.

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