jueves, 19 de noviembre de 2009

A todos nos pasa

....El líquido viscoso va resbalando lentamente por la pared interna de vos y se va agolpando abajo. Se suma a sí mismo formando sucias montañas de algo similar a un moho maloliente. Lo sentís caer, derretirse, engordar en tu interior.
....La sustancia pastosa va apilándose en el fondo. Ya cubre todo el recorrido de tus venas. Crece en altura y en densidad mientras vos mirás para otro lado. Tus piernas se hacen pesadas. Cada vez te cuesta más levantar los pies para trasladarte. Ya no podés volar.
....Tu cabeza se ladea, se cae por el peso irrefutable de las ideas que vos mismo creaste. Apoyás el mentón en el pecho para descansar un rato que no termina. Conocés cada una de las baldosas en el camino que va desde el trabajo hasta tu casa. Sabés qué charco esquivar antes de que se forme. Lo que no podés evitar es esa sensación de pesadez de espíritu que va creciendo adentro. Adentro y afuera.
....La sustancia babosa se va adhiriendo a tu cama, a tu casa. Recubre las paredes del cuarto (sobre todo del cuarto) y salir cada vez supone un esfuerzo más grande. No le prestás atención porque su avance es tan lento que se te va haciendo natural.
....Cada mañana te arrastrás sin ganas por el pasillo que da a la cocina para hacer el mate: todo cubierto de pegajosidad asquerosa. No podés separarte de él, de esa mesa, de la silla. No sabés cómo el sillón se cubrió por completo. Podrías pasarte horas dejando correr el tiempo mientras te hundís en esa marea de flema caliente. Empezás a percibir su movimiento suave. Te arrulla. Te dejás estar. Hace tanto que no le ponés ganas que ejercitar el impulso de supervivencia demandaría una energía de la que no sos capaz.
El arrullo te duerme. Soñas con grandes paredes de limas. Planicies de rallador que te inciten a correr. Mientras, la sustancia te abriga. Te acaricia. Te canta al oído despacito. Estás tan cómodo que tenés la sensación de que no necesitás moverte. Nunca más.

1 comentario: